Si te sumerges en una piscina y aguantas sin respirar, seguramente pasarán algunos segundos o minutos antes de que falte el aire. Esto es algo que resulta obvio en nuestra especie y que no podemos evitar de ninguna manera: necesitamos respirar. Y no queremos darte ninguna revelación que resulte ilustrativa para ti, sino que queremos enmarcar ese pequeño suceso, tan cotidiano que resulta incluso insignificante, para resaltar la idea que responderá al título de nuestro artículo: así como para ti es obvio que hay que respirar, para los agentes infecciosos también. En sí lo saben tan bien, que se han adecuado perfectamente para aprovechar esa misma necesidad para su conveniencia.
Alguien estornuda en la calle mientras tú estás pasando cerca. Antes de la pandemia, resultaba muy común que lo hiciera en su hombro, en su mano o, incluso, que ni siquiera se tapara la boca para hacerlo. Con esa pequeña acción, esa persona está liberando al ambiente una gran cantidad de agentes que, aprovechando el impulso, se expande para poder conquistar otros organismos y garantizar su supervivencia. Todo juega a su favor. Antes de la pandemia, cuando no llevabas tapabocas para evitar la exposición a este tipo de agentes infecciosos, seguramente hubieses recibido la descarga viral del estornudo y esta, colocándose en tu sistema respiratorio, hubiese aprovechado la presencia de un organismo sano para usarte como hogar. En ese momento, estás enfermo. Quizás de un resfriado común, que deberás tratar y soportar, o de alguna otra infección respiratoria que resulta, por lo menos, molesta.
Que haya tantos avisos en baños públicos invitándote a lavarte las manos de manera adecuada, no es un capricho. Lavarse las manos es uno de los hábitos de salud más importantes que existen, porque las manos son el canal que tienen los agentes infecciosos para viajar de las superficies inertes (como una baranda del tren), hasta las zonas donde se puede producir la reproducción y el contagio. En la mano, todo está bien: una piel sana te protege. Pero si usas esas manos para tocarte los ojos, la nariz o la boca, ahí es cuando le estás poniendo tu cuerpo en bandeja de plata al agente infeccioso.
Hablar a poca distancia hace que pequeñas partículas de saliva salgan desparramadas y viajen una distancia suficiente para alcanzarte. Es por esta misma razón por la cual se ha insistido tanto con el famoso «distanciamiento social», el cual no sólo es efectivo para la precaución del COVID-19, sino para todas las otras infecciones respiratorias.
Ahora, si hablamos del contacto personal, resulta indiscutible el riesgo. Abrazar a alguien, besarlo, incluso en la mejilla, o tocar sus manos, es suficiente para poner el indicador de peligro hasta arriba, con la aguja apuntando a un rojo intenso y preocupante. El cuerpo de los mamíferos, en general, resulta bastante bueno para trasmitir agentes infecciosos, los cuales aprovechan, justamente, la oportunidad de la interacción para reproducirse.
La respuesta más fidedigna que se puede dar a la pregunta que nos introduce a este artículo es: interactuando sin protección, con alguien que se encuentra ya infectado.